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perversas de la suerte y esto, ocho veces sobre diez que caía enfermo de necesidad y de frío, ó bien se tumbaba en el fuego por falta de vigilancia, ó bien se ahogaba por accidente; en el uno ó en el otro de cuyos casos el pobre pequeñuelo iba cuasi siempre á reunirse en el otro mundo con los padres que no habia conocido jamás en este.

No debe esperarse un exceso de gordura en los muchachos criados según el sistema que acabo de describir. Oliver tenía ya nueve años, y apesar de su edad era encanijado raquítico y diminuto; pero había recibido de la naturaleza ó de sus padres un alma fuerte y un juicio sano que se habían desarrollado en él gracias a la dieta a la que estaba sometido; debiendo tal vez á esta circunstancia el haber alcanzado por novena vez el aniversario de su nacimiento. Sea lo que fuera, aquel día era el aniversario de su nacimiento y lo celebraba tristemente en la bodega en compañía de dos de sus pequeños camaradas, quienes después de haber compartido con él una lluvia de golpes, habían sido encerrados en ella por haber osado pretender que tenían hambre; cuando la señora Mann, la amable dueña de la habitación, divisó de repente al Señor Bumble, el pertiguero, que acumulaba todos sus esfuerzos para abrir la pequeña puerta del jardín.

― Dios me perdone! Creo que es el Señor Bumble! ― dijo con afectada alegría y sacando la cabeza á la ventana; —Susana, — prosiguió dirijiéndose a la criada ―, corre á abrir a Oliverio y a los otros dos tunantuelos y límpialos pronto. ¡Cielos! ¡Señor Bumble! ¡Qué contenta estoy de veros!

Es preciso saber que el señor Bumble era uno de esos hombres corpulentos e irracibles, que en vez de responder como debía á este recibimiento afectuoso, sacudió con violencia el cerrojo, y dió a la puerta un golpe que no podía provenir sino del pié de un pertiguero.

—¡Caramba!―dijo la Señora Mann corriendo á habrir la puerta (porque durante este intervalo los tres chicos habían sido puestos en libertad) ―Hase visto nunca cosa igual!. Haberme