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cuyo hecho hay que considerar, sin duda, el parentesco de los idiomas, pero al que contribuye en primer lugar la acción indirecta del número y la calidad de los introductores de tales vocablos y modismos.

Más notable aún es la familiaridad que con el idioma italiano y hasta con sus múltiples dialectos demuestran los argentinos de las ciudades, que los comprenden y hasta se hacen comprender en el caso, sin haberlos hecho objeto de estudios especiales, aprendiéndolos por filtración —si se nos permite decirlo así— en la imprescindible necesidad de hablar con los pequeños comerciantes, jornaleros, artesanos, etc.

Y no sólo eso. Un rápido examen de los nombres patronímicos que hoy figuran con más brillo en nuestra sociedad, en las ciencias, en las artes, en las industrias, nos sorprenderá por el número de apellidos de origen esencialmente italiano, tanto más, cuanto que, —abriendo parangón— se encuentran de una escasez que llega casi á la nulidad en las anteriores épocas históricas, á causa del exclusivismo español primero, y del exclusivismo tiránico después. Los gobiernos, las facultades, la industria en grande escala, el alto comercio, nos ofrecen centenares de nombres italianos, y este hecho comprobado nos será útil después para la solución de un problema de primordial importancia, muchas veces planteado, y en ocasiones resuelto equivocadamente, en detrimento de una simpatia natural que no tiene razón de aminorarse.

Pero dejemos estas consideraciones para no ser demasiado extensos, limitándonos á señalar el hecho de que en solo seis años —de 1882 á 1887— se celebraron 1651 casamientos entre italianos y argentinas, y 229 entre argentinos é italianas.