—Bueno. Escúcheme bien, Karaulova: la base del cristianismo es la imagen de Cristo. Las virtudes y los pecados no son sino categorías pasajeras, emanaciones personificadas de la especie humana, la esfinge enigmática, por decirlo así.
—Señor jurado—le interrumpió una vez más el presidente—. Yo tampoco comprendo nada. ¿No podría usted encontrar términos más claros?
—Lo siento; pero no me es posible—dijo con tono melancólico el jurado—. No se puede hablar de las cosas místicas en términos vulgares... ¿No me entiende usted, Karaulova? Hay que estar en comunión con Dios.
—Eso es imposible para mí... Cuando se tiene este oficio, no se puede estar en comunión con Dios. Ni siquiera me atrevo a encender una lamparilla ante el icono de mi cuarto.
Todos estaban fatigados.
—¡Hay que acabar, cueste lo que cueste!—dijo uno de los jueces—. ¡Es un escándalo inadmisible!
Pero, luego del jurado, se levantó el defensor.
—¿Aún más?—exclamó el presidente—. ¿Usted también quiere decir algo?
—Puesto que usted ha permitido hablar al señor adjunto del fiscal...
—¿Usted tiene que hablar también?—preguntó con ironía el presidente—. Bueno, está usted en su derecho. Pero le suplico que sea lo más breve posible.
El abogado, haciendo un ademán elegante con