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Esto no es ya un tribunal, sino más bien una casa de locos. Se diría que es ella quien nos está juzgando.

—¡La culpa no es mía!—repuso el presidente—. ¿Qué quiere usted que yo le haga? Lo peor es que las otras mujeres están de parte de esta loca. Es una verdadera rebelión contra la Iglesia.

En aquel momento, un tercer miembro del Jurado se levantó:

—¿Quiere usted decir algo?—le interrogó el presidente—. Haga el favor de darse prisa; ya hemos perdido bastante tiempo.

Era un joven de rostro en extremo inteligente, en demasía inteligente, de largos cabellos de poeta y de manos finas. Hablaba con mucho trabajo, como si se viera obligado a vencer, a cada palabra, la resistencia encarnizada del aire. En su dulce voz se adivinaba el sufrimiento:

—Es muy triste todo esto—dijo a Karaulova—. La comprendo a usted y la miro con simpatía. Sin embargo, la idea que tiene usted del cristianismo es falsa. El cristianismo es algo de más monta que las virtudes y los pecados, los ritos exteriores y las oraciones. El verdadero cristianismo consiste en una comunión mística con Dios.

—¡Perdón!—le interrumpió el presidente—. Karaulova, ¿comprende usted lo que quiere decir «mística»?

—No.

—Ya lo ve usted, señor miembro del Jurado: no le entiende a usted. Tenga la bondad de hablar más sencillamente.