Elsa.—Llega de una manera solemne, acompañado de barones armados.
Enrique.—Y de guerreros. Lenta y gravemente se adelanta su magnífico caballo... Pero no va na die en la silla.
(Ríen. En lo alto de la escalinata aparecen cuatro sombras, y desaparecen al punto en las tinieblas. Se oyen por segunda vez las trompetas.)
Enrique.—¡Adiós, amor mío!
Elsa.—¡Un momentito más!
Enrique.—Están ya a la puerta. Hemos convenido en que si yo no los respondo a la tercera llamada, invadirán el patio del castillo. Tienen miedo de que me suceda alguna desgracia.
Elsa.—Sí, mi padre está furioso.
Enrique.—Le reservo una sorpresa: cediendo a mis ruegos, el emperador se ha dignado devolver a tu padre todos sus antiguos dominios.
Elsa.—¡Qué bueno eres!
Enrique.—¡Cuánto te amo! ¡Adiós, mi amor, mi dicha, mi sol de mañana! He venido a tu lado por breves instantes, como un espectro, y dentro de un momento vendré de nuevo, entonces a unirme contigo para toda la vida.
Elsa.—¡Un momento más!
(Se oyen por tercera vez las trompetas.)
Enrique.—Me llaman. Parecen muy inquietos. Acudo. ¡Adiós, amor mío!
Elsa.—¡No, hasta la vista! Enrique, amado mío, te espero. ¡Dime algo más... una sola palabra! ¡Enrique!