Página:Los espectros (1919).djvu/59

Esta página ha sido corregida
59
 

condesa? ¿Sola, sin vuestras damas de compañía? (A Astolfo.) ¡Puedes irte, muchacho!

(Astolfo deja la linterna sobre la balaustrada y se va.)

El conde.—Vuestro prometido no se apresura demasiado, condesa Elsa; hace largo rato que ha anochecido, y sigue sin venir. Desde por la mañana tenemos abiertos los brazos para recibir al noble huésped, y sólo abrazamos el vacío. ¿No creéis, condesa, que esta tardanza manifiesta una falta de respeto, tanto a vos como a vuestro viejo padre? (Elsa no contesta.)

El conde.—¿Os calláis? Sí, tenéis razón; cuan de se trata del honor de vuestro padre, preferís callaros. Vuestro padre está enfermo de orgullo—¿no se llama así mi enfermedad?—, y nuestro buen emperador le ha prescrito, como medicina, un yerno para uso interno, como dicen los médicos. ¡Ja, ja, ja! Sí, para uso interno, y nosotros hemos abierto ampliamente la boca... es decir, la puerta, para recibirle; pero no viene. Sí; nuestro buen emperador ha encontrado un remedio seguro contra mi enfermedad. Pero si vuestro prometido os ama, hay que confesar que su amor tiene pasos muy cortos. Qué, condesa, ¿lloráis?

Elsa. (Llorando.) —Padre, le ha ocurrido una desgracia. Tengo un presentimiento. Le ha ocurrido una desgracia.

El Conde.—¡Crees! Es chistoso; hasta ahora, yo estaba seguro de que era a nosotros a quien nos había ocurrido una desgracia.