—¡Tam-tara-ta-tam! ¡Tam-tara-ta-tam!
De esta suerte, tamborileando y andando con paso marcial, avanzaba delante del doctor y de Petrov, que, inconscientemente, seguían el compás. Petrov se estrechaba contra el doctor y miraba con ansia, volviendo la cabeza, la bandada de grajos en el cielo frío y a cada momento más obscuro.
—¡Tam-tara-ta-tam! ¡Tam-tara-ta-tam!
El guarda, habiendo visto desde lejos llegar al doctor, abrió la puerta de par en par. Pomerantzev entró el primero, con paso solemne, la cabeza orgullosamente echada atrás y tamborileando. Los otros dos le seguían. En el umbral de la puerta, Petrov dirigió una mirada atrás, y su rostro expresó un miedo horrible.
A media noche se levantó un viento muy fuerte. Sacudía el cinc del tejado y parecía atacar furiosamente a toda la clínica.
Aquella noche Petrov se murió de terror.
VI
Se transportó al muerto a una vasta habitación fría, que existe en todos los hospitales, destinada a tal fin; se le lavó y se le vistió con una levita negra, que se le abrochó sobre el pecho.
Al día siguiente llegaron la madre de Petrov y su hermano mayor, un escritor muy conocido. Después de pasar algunos momentos con el muer-