Marcio. (Sin comprender una palabra.)—Permitid. Así, pues, Cleopatra, ¿reconoces que tú y las demás mujeres sabinas fuisteis raptadas durante la noche del veinte al veintiuno de abril? ¿No es eso?
Cleopatra.—¡Ya lo creo! ¡Desde luego no nos fugamos solas!
Marcio.—No, veo que no comprende todavía. Señor pro...
Cleopatra.—¡Esto es demasiado, Marcio! Permitisteis que nos robasen, no nos defendisteis, nos abandonasteis cobardemente, y ahora nos acusáis de habernos venido, gustosas, con los romanos. Yo declaro, Marcio, que fuimos robadas, raptadas del modo más innoble. Podéis leer el relato de nuestro rapto en cualquier manual de historia, amén (Solloza.) del diccionario enciclopédico.
Escipión.—¡Vamos, vamos! ¡Tapadle la boca al profesor!
(Pero la boca del profesor continúa abierta. El pánico aumenta entre los romanos. Algunos huyen.)
Marcio.—Todo se arregla, pues; reconocen que fueron raptadas. Hemos logrado nuestro objeto. Hasta el Cielo se indigna de tal crimen. ¡Vámonos, por tanto, a nuestros penates, Cleopatra!
Cleopatra.—¡No quiero ir a los penates!
Las demás mujeres.—¡No queremos ir a los penates! ¡Abajo los penates! ¡Nos quedamos aquí! ¡Nos insultan, quieren raptarnos! ¡Salvadnos! ¡Defendednos!
(Los romanos, blandiendo las armas, se interponen entre los sabinos y las mujeres. Poco a poco