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Marcio.—¡Señores romanos! Ahora, que nos encontramos frente a frente, espero que no intentaréis escaparos y nos daréis una respuesta clara y franca. ¿Recordáis, señores romanos, el delito que cometisteis la memorable noche del veinte al veintiuno de abril?

(Los romanos se miran, confusos, y no contestan.)

Marcio.—¿Lo recordáis o no? ¿Vosotros también os habéis olvidado de todo? No puedo continuar mientras no hagáis memoria.

(El grueso romano cuchichea, asustado, a su vecino: «Quizá lo recuerdes tú, Agripa. Debe de ser algo muy grave.» «No, no lo recuerdo.» Los demás romanos también se preguntan unos a otros y se encogen de hombros sin comprender nada.)

Marcio. (Con tono solemne.)—Bueno, señores romanos, voy a refrescaros la memoria. ¡Escuchad! La noche del veinte al veintiuno de abril se cometió el mayor crimen de la historia humana: unos malhechores, que nombraré luego, raptaron a nuestras mujeres, las bellas sabinas.

(Los romanos se acuerdan y parecen encantados.)

—¡Sí, es verdad!

—¡Completamente exacto!

—¡Justamente, el veinte de abril por la noche!

—¡Vaya una memoria!

—¡Qué talento, Dios mío!

Marcio.—¡Los raptores innobles fuisteis vosotros, señores romanos! No se me oculta que trataréis de justificaros, de negar los hechos, de desnaturalizar las normas jurídicas, recurriendo a todo