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Marcio.—¡Palabra de honor! Toda paciencia es poca para aguantar a estos imbéciles. Parecen mudos.

Escipión.—Os compadezco de todo corazón.

Una voz.—¡Proserpinita mía! ¿Dónde estás?

Marcio. (Con nerviosidad.)—¡Silencio! En se guida vamos a reclamar la devolución de nuestras mujeres, y guay de los raptores si su conciencia no ha empezado ya a remorderlos. ¡Les impondremos el respeto a la ley! ¡Eh, tú, raptor innoble! ¡Llama a tus innobles camaradas y prepárate a rendir cuenta de tu acto abominable!

Escipión.—Voy a llamar a mi mujer.

(Se dirige a su cabaña y grita: «¡Cleopatrita mía, sal un momento; han venido a verte!» Sale de entre bastidores Pablo Emilio, y, al reconocer a los sabinos, grita lleno de júbilo):

—¡Los maridos han llegado! ¡Levantaos, señores romanos de la antigüedad! ¡Los maridos han llegado!

(Se lanza sobre Marcio, y llorando de alegría le abraza efusivamente. Marcio parece asombradísimo. Pablo Emilio recorre la escena gritando con voz jubilosa):

—¡Los maridos han llegado!

(Van apareciendo romanos, restregándose los ojos, y ocupan el lado derecho de la escena. Marcio, en una actitud belicosa, espera que todos los roma nos estén reunidos.)

El grueso romano.—¡Por la cabeza de Baco, he dormido como la primera noche después de la fundación de Roma! ¿Qué espantajos son ésos?