y las resoluciones del Senado, así como los cuatrocientos tomos escritos con motivo de nuestro asunto por los sabios juristas, en los que se prueba, con una claridad meridiana, la ilegalidad del acto que los romanos cometieron. No echéis en olvido, señores sabinos, que nuestra única arma es la ley, nuestro derecho y nuestra conciencia tranquila. Demostraremos a los romanos, sin que haya lugar a duda alguna, que son unos raptores, y a nuestras pobres mujeres, que fueron raptadas de un modo por completo ilegal. Hasta el Cielo se estremecerá de indignación. Y—¡congratulaos, señores sabinos!—ahora, por fin, podemos acometer nuestra gran empresa, porque tenemos la dirección exacta. ¡Miradla!
(Blande la carta. Los sabinos se empinan sobre las puntas de los pies para ver mejor.)
Marcio.—¡Miradla! Una carta certificada que firma «Un raptor arrepentido». El autor dice en ella que tiene remordimientos de conciencia por su mala acción; jura que no raptará ya más mujeres, y pide perdón humildemente. La firma no es legible; sobre ella hay una gran mancha, que proviene, sin duda, de las lágrimas derramadas sobre el papel por el autor arrepentido. Entre otras cosas, escribe que nuestras pobres mujeres tienen destrozado el corazón.
—¡Proserpinita querida!
Marcio.—¡Pero escuchadme! ¡Me interrumpís a cada palabra con vuestros lamentos! Haceos cargo de que vuestra Proserpina es cosa secunda-