muy feo. Me ahogo aquí. Vos mismo estáis avergonzado, no podéis negarlo. Pero me parece que debo daros una respuesta.
Escipión.—¿Una respuesta?
Cleopatra.—¡Claro! ¿No me habéis hecho una pregunta?
Escipión.—¿Yo? ¿Qué pregunta? Perdonad, señora, mi razón está un poco turbada con motivo de todo esto.
Cleopatra.—¡Vaya una ocurrencia! ¿Sabéis que eso es ofensivo para mí?
Escipión.—¿Para vos?
Cleopatra.—¡Naturalmente! Pretendéis haber perdido la razón por mi causa.
Escipión.—¿Yo?
Cleopatra.—¡No, que seré yo! Y no perdamos tiempo, voy a consultar a mis amigas. Calmaos esperándome. ¡Si pudierais veros la cara! La tenéis cubierta de sudor, como si os hubierais pasado todo el día cargando piedra. Secaos el sudor. ¿Tenéis pañuelo?
Escipión.—Me parece, señora, que estáis burlándoos de mí.
Cleopatra.—¿Yo?
Escipión.—¡Vaya! Y no puedo permitirlo.
Cleopatra.—¿Y qué vais a hacer?
Escipión.—Gracias a Dios, no soy todavía vuestro marido para permitiros burlaros de mí.
Cleopatra.—¡Muy bien! ¿Conque os congratuláis de no ser todavía mi marido? ¡Tiene gracia! ¿Queríais hacernos creer en la sinceridad de vues-