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como torrentes que en la primavera se precipitan de las montañas; mientras hasta las piedras se conmueven y plañen; mientras vuestras encantadoras narices empiezan a hincharse a causa del llanto que vertéis...

Numerosas voces femeninas. ¡Eso no es verdad!

Escipión.—Mientras toda la naturaleza, etcétera, etc., vuestros maridos, señoras, ¿dónde están? No los veo por ninguna parte. Brillan por su ausencia. Os han abandonado. Diré más, a riesgo de provocar vuestras iras: os han hecho traición vilmente.

(Los romanos adoptan posturas altivas. Entre las mujeres se oyen suspiros y llantos.)

Proserpina. (Con acento tranquilo.)—Verdaderamente, ¿por qué no viene mi marido? ¡Creo que ya es hora!

Cleopatra.—Todo eso está muy bien, señor. Tenéis un pico de oro, sabéis adoptar elegantes posturas; pero decidme: ¿qué haríais si quisieran raptarnos durante la noche?

Escipión.—Velaremos la noche entera. Además, espero que vosotras no querréis marcharos.

Verónica.—¿Por qué están tan lejos? ¡Yo quiero que se acerquen!

Voces femeninas.—¡Por favor, detenedla!

Cleopatra.—¡Tiene gracia lo seguro que estáis de vosotros mismos! No puedo menos de reconocer que manifestáis un gran respeto por nuestros sufrimientos; pero sois todavía muy joven, y hay