ta de unos snobs de la avenida Nevsky. Acabamos de fundar a Roma y ardemos en deseos de consolidar... Procurad comprender nuestra situación, y os apiadaréis de nosotros. ¿Acaso no os apiadaríais de vuestros maridos si, a lo mejor, se quedasen solos, sin mujeres?;Así estamos nosotros, señora!
El grueso romano.—¡Completamente!
Verónica. (Enjugándose las lágrimas.)—¡Pobres hombres! ¡Los compadezco con toda mi alma!
Escipión.—En medio de las batallas, ocupado en la fundación de Roma, hemos dejado, por decirlo así, escapar el momento favorable para crearnos una familia... Creednos, señora, compadecemos de todo corazón a vuestros pobres maridos...
Cleopatra. (Con dignidad.)—Eso os honra.
Escipión.—¿Pero por qué nos han dejado cargar con vosotras?
(Los romanos le jalean con gritos de «¡Bravo, Escipión! ¡Muy bien dicho!» Las mujeres se indignan de nuevo. Algunas exclaman: «¡Esto es abominable! ¡Insulta a nuestros maridos! ¡No se puede permitir!»)
Cleopatra. (Con voz seca.)—Si queréis continuar las negociaciones, os ruego que habléis con más respeto de nuestros maridos.
Escipión.—¡Con mucho gusto! Pero, señora, con todo nuestro respeto, no podemos menos de confesar que no son dignos de vosotras. Mientras nos desgarráis el corazón con vuestros atroces sufrimientos; mientras vuestras lágrimas corren