Página:Los espectros (1919).djvu/166

Esta página ha sido corregida
166
 

romanos. Dejadme a mí hablarle a esas gentes, y yo les probaré que no tienen ningún derecho a retenernos, que están en el deber de devolvernos la libertad, que, según todas las leyes divinas y humanas, han cometido una cochinería.

Numerosas voces femeninas.—¡Ve, Cleopatra, ve!

—¡Detened a Verónica!

Cleopatra.—¡Eh, el de la rodilla blanca! Venid, tengo que hablaros.

Escipión.—¿Queréis que deje mi acero?

Cleopatra.—No, no merece la pena; no tenemos miedo de vuestro acero. Pero acercaos, no temáis; no os morderé. ¡No sois muy valiente que digamos! Ayer, cuando nos arrancasteis brutalmente de los brazos de nuestros maridos, no érais tan tímidos... ¡Os digo que os acerquéis!

(Escipión se acerca lentamente. Los romanos y las sabinas forman dos grupos simétricos a ambos lados de la escena para seguir la conversación.)

Escipión.—Me felicito, señora...

Cleopatra.—¡Calla! ¿Os felicitáis? Bueno, escuchad lo que voy a deciros: sois un canalla, un necio, un ladrón, un bandido, un asesino, un monstruo. ¡Lo que habéis hecho es indigno, innoble, abominable, repugnante, escandaloso, indecente, inaudito!

Escipión.—¡Señora!

Cleopatra.—Sí; me sois antipático hasta más no poder, me inspiráis un disgusto profundo, una repulsión sin límites. Oléis atrozmente a soldado.