Página:Los espectros (1919).djvu/160

Esta página ha sido corregida
160
 

(Todos los romanos—excepto Pablo Emilio, que mira, soñador, al cielo—se lanzan contra las mujeres, y a los pocos momentos de mudo combate retroceden a toda prisa. Reina un breve silencio, todos se tientan las narices.)

Escipión.—¿Habéis notado, señores, que no han dado ni un grito? Es una mala señal. Prefiero una mujer que grite.

—¿Qué hacer ahora?

—Yo sólo deseo llevar una vida de familia.

—Yo también sueño con un hogar. Sin un hogar, la vida no tiene atractivos. Hemos trabajado ya bastante, fundando a Roma, y nos hemos ganado un descanso apacible.

Escipión.—Por desgracia, señores, no hay nadie entre nosotros que conozca bien la psicología femenina. Ocupados en guerrear y en fundar a Roma, nos hemos embrutecido, hemos perdido la elegancia en el trato social y hemos olvidado completamente lo que es una mujer.

Pablo Emilio. (Con modestia.)—¡No todos!

Escipión.—Y, no obstante, esas mujeres lo son de unos maridos a quienes pegamos ayer. Eso prueba que existe también un medio de apoderarse de las mujeres. Por desgracia, no lo conocemos. Es de todo punto necesario conocerlo. Pero ¿cómo?

El grueso romano.—Hay que preguntárselo a las mismas mujeres.

—No nos lo dirán.

(Se oye entre las mujeres una risa irónica.)

—¡Silencio! Nos están oyendo.