—exclamó con desesperación el presidente—. Le pedimos que diga la verdad. ¿Comprende usted?
—Diré lo que sepa.
Media hora más tarde, el interrogatorio de los testigos había terminado. El mecanismo judicial funcionaba de nuevo regularmente. Las preguntas eran seguidas de respuestas. El adjunto del fiscal tomaba notas. El reportero dibujaba, con aire grave y atareado, cabezas de mujeres. El acusado daba explicaciones detalladas.
—En cuanto al recibo del Monte de Piedad, tengo el honor de declarar al tribunal...
—En cuanto a mis visitas a la casa de tolerancia, donde, según la acusación, gasté sumas muy fuertes, sólo estuve en ella cuatro veces: el 21 de diciembre, el 7 de enero, el 25 de enero y el 1 de febrero. Las tres primeras veces todos mis gastos fueron pagados por mi camarada Protasov; la cuarta vez pagué una suma insignificante, lo que puedo probar con la cuenta del ama...
La sala hallábase bien alumbrada, y se estaba allí a gusto. Fuera caía, en gruesos copos, la nieve. La justicia seguía su curso como una máquina perfecta.