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Los demás testigos se acercaron al altarcito, ante el cual esperaba el sacerdote.

—¡Levantaos!—proclamó en alta voz el ujier.

Todo el mundo en la sala se levantó y volvió la cabeza hacia el altarcito.

—¡Levantad la mano!—dijo el sacerdote.

Todos obedecieron.

—¡Repetid lo que voy a decir!

Luego, cambiando de voz, continuó en tono más solemne:

—Me comprometo y juro...

Los testigos repitieron en voces diferentes, y no todos a una:

—Me comprometo y juro...

—Ante Dios Todopoderoso y ante su Santo Evangelio...

—Ante Dios Todopoderoso y ante su Santo Evangelio...

El presidente lanzó un suspiro de satisfacción; al fin, todo estaba arreglado, y el mecanismo judicial, después de aquel entorpecimiento, funcionaba con regularidad, como es necesario.

Los testigos, excepto Karaulova, fueron alejados de la sala.

—Karaulova—dijo el presidente—. El tribunal le permite a usted no prestar juramento; pero no olvide usted que debe decir toda la verdad, según su conciencia. ¿Lo promete usted?

—No puedo prometerlo, porque no tengo conciencia.

—¿Y qué quiere usted que hagamos nosotros?