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LA VIDA Y LA INMORTALIDAD

tituyen la colectividad viviente; el movimiento se hace más y más lento a medida que aumenta la mineralización y disminuye la asimilación, hasta que esa por completo y viene la desorganización del conjunto.

La muerte no es una consecuencia fatal e inevitable de la vida. Los organismos unicelulares sou, por su naturaleza, inmortales; y los policelulares solo cesan en su movimiento vital por la mineralización de sus partes; pero esta mineralización no se efectúa en época precisa:

va en camino de realizarse cada vez más tarde por una tendencia natural de la evolución de la materia orgánica. Así es como algunos organismos han alcanzado como limite natural de su movimiento vital un espacio de tiempo que en alguno casos sobrepasan varios millares de años.

La condición de la vida es el movimiento: la materia le sirve de vehículo; pero para ello tiene que cambiar constantemente de forma. El agente de éste cambio es el nitrógeno, que es el que dá el límite de la intensidad del movimiento vital. Para que se produzca el intercambio de materia en los seres organizados es necesario e indispensable que una parte, una mitad, sirva de alimento a la otra mitad; pero es absolutamente indiferente que estas dos grandes masas de materia organizada estén repartidas entre más o menos individuos.

Puede, pues, concebirse, sin que importe un contrasentido, ni esté en contradicción con las leyes de la Naturaleza, la existencia de un cierto número de organismos inmortales, que vivieran constantemente a expensas del resto de la materia organizada. Para ello, estos organismos tendrían que estar constituídos de manera que sus partes no se mineralizaran nunca, de modo que pudiera efectuarse perennemente la nutrición y perfectamente equilibrada la asimilación y la desasimilación.

Todos los organismos tienden espontáneamente a eso en su evolución.

Pero el hombre, con su saber, 'podría hacer algo más:

encaminar la evolución, darle dirección y colocarse re-