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ría Dios: no sería algo capaz de haber crcado el espacio.

Para poder admitir que el espacio ha sido creado, sería necesario admitir que en una determinada o indeter minada época del infinito tiempo no existió el espacio. Y ¿puede por un sólo instante sostenerse que sea posible crearse lo que no tiene existencia positiva, y eso es el espacio? En fin: ¿que puede ser creado lo que no es creable?

En el supuesto paradógico de que exista un sér supremo tan poderoso como se quiera, admítase el gran disparate de que pueda haber creado la materia. Si la creó, también podría destruirla. El que puede lo más, puede lo menos. Admítase, pues, la heregía (y no es otra cosa) de que un buen día en que Dios se encuentre de mal humor, puede asimismo reducir a la nada a la materia. ¿Qué quedaría entonces? La nada; el vacío; pero en realidad el espacio, que es indestructible, porque así es y porque es absurdo imaginar que pueda ser de otro modo.

¿Quién quiere contestarme qué quedaría en el Universo, una vez que el espacio quedase reducido a la nada?... ¡El espacio, siempre el espacio, en todas partes el espacio! Y es claro que si Dios no puede reducir a la nada el espacio, no es Dios, porque entonces no es omnipotente.

La coexistencia de dos infinitos inmateriales a un mismo tiempo, es imposible. Es un contrasentido. Uno de ellos no existe, es supérfluo e innecesario. Lo único inmaterial que existe es el infinito espacio. No puede, pues, existir el infinito Dios.

El espacio ha existido siempre y siempre existirá. Absolutamente lo mismo que la materia. Y no puede haber nada superior ni al uno ni a la otra.

Ello resulta evidente, además por poco que se piense en cómo han tomado origen ambas nociones: la de espacio y la de Dios.

La idea de Dios es una idea primitiva, simple, sencilla, infantil, hija del temor que engendra lo desconocido y de la ignorancia, que sólo tiene ojos para ver las apa-