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Tu hermano Alejandro entonces
La espada indigna soberbia
En venganza de su padre
Con tanta ira, que apenas
Logro del primer amago
La satisfacion primera,
Cuando todos los Montescos,
Sus principales, aprovechan
La ira mas que el valor,
Y con saña torpe y ciega
No perdonan Capelete,
Que de su espada sangrienta
No sea ejemplo de sí,
Y escarmiento de otro sea.
Anciano, en quien florecieron
Canas de cien primaveras,
Dió por frutos los corales,
Que maduraba en sus venas.
Tierno infante, que en la cuna
Se adormeció á la querencia
Del arrullo, á su inocente
Noble sangre se gorgea.
Llegó la saña á los templos,
La voz regiones penetra;
¡Vivan los Montescos! dicen
Los unos, los otros, mueran!
Capelete alli agoniza;
Un Montesco alli pelea
Con la muerte; el alarido
Se escucha, mas no la queja.
Cayóse aquel edificio,
Á titubear otro empieza,
Y son puntales del flaco
Los que del caido cuelgan.
Da el hijo voces al padre,
La madre al hijo lamenta,
Y con ser tan grande el daño,
Aun es mayor la sospecha.
Llega Alejandro á mi casa,
Y tan indignado llega
A dar la muerte á mi padre.
Que no hallándole, se venga