alma se llenó de odio contra toda la humanidad.
« Y bien, se dijo, ¿de qué se quejan allá arriba? Al fin tienen algo que contarse: mi historia. ¡Oh! ¡qué suplicio! »
Oyó cómo contaban su historia á los niños que la aborrecian y la llamaban, Inger la mala, la impía. « La horrible criatura, decian, debe estar horriblemente castigada. »
Los niños la trataban con suma dureza. Empero un dia, cuando más la atormentaba la tristeza y el hambre, oyó de nuevo á una madre que contaba á una niña inocente, lo que habia pasado á lnger la vanidosa, la coqueta, su pecado, su castigo. La niña rompió á sollozar y exclamó: « ¿Pero no subirá nunca al cielo?
— No, nunca se moverá de donde está, respondió la madre. — Y ¿si pidiese perdon humildemente, si prometiese no volver á hacer nunca una cosa semejante? — Sí, tal vez. Pero, no quiere pedir perdon. — ¡Oh! ¡cuánto desearia que se arrepintiese! replicó la niña, que no dejaba de llorar. Daria mi mejor muñeca, daria todos mis juguetes para que pudiese salir del infierno. ¡Pobre Inger! ¡Es espantoso lo que sufre!
Estas palabras penetraron hasta el fondo del alma de Inger y la aliviaron. Era la vez primera que la compadecian, que la llamaban, la pobre Inger, sin