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LA NIÑA QUE PISABA EL PAN.

morada es un lugar espantoso, peor que una cloaca. Hay una infinidad de frascos y vasijas que despiden horribles miasmas, y entre ellos sapos y enormes culebras.

Inger, arrastrada por el pan al que estaba unida como lo está la paja al ámbar que la ha atraido, penetró en aquel inmundo recinto: al rozar los reptiles, frios como el hielo, se espeluznó, sus miembros se entorpecieron, se aterecieron.

El hada estaba en casa; recibia la visita del diablo y de su madre, una vieja de la piel de su hijo, pero que no permanece un minuto sin trabajar. Doquiera va se lleva una labor en las manos. Aquel dia bordaba tejidos de embustes, y con palabras imprudentes que habian escapado á los hombres, haría una redecilla que debia ser la pérdida de toda una familia. ¡Qué de prisa iban sus engarabitados dedos! Cuantas más desgracias debia producir su obra, con más actividad trabajaba.

Notó á Inger, y después de haberse calado los espejuelos, la consideró de cerca. « ¡Ah! dijo, es una muchacha que tiene disposiciones. Mi buena hada, os suplico que me la regaléis; será un recuerdo grato de mi visita. Hará muy bien en una rinconera, en la antesala de mi hijo. »

El hada se la dió y la vieja se la llevó al infierno. No siempre se llega á este lugar por el camino recto;