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LOS ASADORES EN SOPA.

« Hé aquí precisamente lo que nos hace falta, » dijo uno de los más lindos, señalando el asador que yo tenia en la pata. Y cuanto más miraba mi báculo, más satisfecho parecia. « No tengo inconveniente en prestarlo, dije yo, pero hay que devolvérmelo. — ¡Devolver, devolver! » exclamaron en coro, y cogieron el asador que les dejé, pues tenía completa confianza en gente tan bien vestida.

Se fueron corriendo á un sitio en que el musgo era ménos espeso y clavaron en el suelo mi asador, que se sostuvo con solidez. Ahora comprendí lo que querían: era tener un árbol de mayo. Comenzaron á adornarlo, y en toda mi vida he visto cosa más magnífica.

Unas arañas pequeñas cubrieron la aguja de lardear con hilos de oro y colgaron de ella banderolas tejidas con delicadeza; su blancura á la luz de la luna era tal que me deslumbró. Los industriosos animales fueron en seguida á tomar los más brillantes colores en las alas de las dormidas mariposas y pintaron con ellos sus ligeros tejidos.

Algunos pétalos de flores, algunas gotas de rocío brillaban como diamantes acá y acullá, colocadas con gusto. No reconocía mi asador; jamas hubo en la tierra árbol de mayo parecido á este.

Fueron luego á buscar á los genios superiores, á los ricos señores y las hermosas damas, pues los que ha-