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ANDERSEN.

Corria la primavera y por esto, segun me explicaren, olian tambien las plantas y los lagos fulguraban.

Cerca de la linde del bosque, en una plazoleta rodeada de quintas, se elevaba un palo alto como el mástil de un navío, y en su punta llevaba coronas de flores y cintas de colores: era el árbol de mayo. Los aldeanos y las campesinas bailaban alrededor al sonido de un violin que acompañaban cantando. Estaban poseidos de loca alegría. El sol se ocultó, la luna se levantó en el cielo, y las parejas siguieron bailando.

Era una cosa que no me interesaba; todo lo que habria ganado mezclándome á la gente habria sido algun pisoton capaz de aplastarme. Fuí á acurrucarme en un monton de musgo tan suave como el cútis de nuestro venerado monarca, y verde como conviene para reposar la vista que tenía un tanto cansada despues de lo que, en tan poco tiempo, habia tenido que ver.

De pronto vi aparecer á mi alrededor una bandada de adorables criaturas, que apénas me llegaban á la rodilla; tenian la forma de un hombre, pero eran mejor proporcionadas. Eran los genios del bosque, vestidos con bajas de las más hermosas flores; era una variedad de colores deliciosa.

Todos parecian buscar algo en la yerba; algunos se acercaron á mí.