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gas noticias, hasta que un cacique tehuelche le puntualizó el sitio donde estaban, que era cerca de su tierra, en Chico Buenos Aires, población á orillas de un río navegable que venía de Nahuelhuapí y se desaguaba en otro lago más grande, de agua muy amarga; ciudad con campanas, pulperías, muchas chaquiras; que los aucas vestían calzones blancos y chaquetas, sembraban trigo, maíz, cebada y papas, y hacían pan, y el cacique hizo la demostración de cómo amasaban. Concluía su informe diciendo que en aquel punto había un capitán grande y otro chico, y que uno de ellos, el cacique Basilio, había venido donde estaban ahora hablando, á recoger manzanas.

Las referencias eran verdaderas; pero Menéndez las trabucó. Como la cancillería del Virreinato, tal vez por ignorarlas, no le había informado de las fundaciones patagónicas hechas años antes, y menos de la expedición de Villarino, nuestro viajero no podía adivinar que Chico Buenos Aires era Carmen de Patagones, y que el cacique Basilio era D. Basilio Villarino. Al cabo de un siglo, Menéndez estaba tan enterado de lo que pasaba en las costas del Atlántico, como Mascardi; y los indios viajeros seguían desfigurando las fundaciones españolas con visiones de leyenda.