cio todo lo que durase la guerra. Encendió grandemente esta afrenta la ira de las legiones. «Venga el día, decían, dese la batalla, y verán si saben los soldados tomar los campos de los Germanos y quitarles las mujeres, aceptando el buen agüero con que ellos mismos destinaban á la presa sus matrimonios y sus dineros.» Cerca de la tercia guardia hicieron tocar arma en nuestro campo, sin arrimarse á tiro de dardo, por ver coronadas de gente las trincheras y que se estaba alerta.
77 Pasó aquella noche Germánico con dulce reposo: parecióle entre sueños que sacrificaba, y que viéndose con la vestidura llamada pretexta rociada de aquella sacra sangre, su abuela Augusta la vestía con sus manos otra mucho más hermosa. Con este segundo agüero, y viendo su empresa aprobada por los auspicios, convocado el parlamento, da cuenta de las provisiones hechas con prudencia y á propósito para la cercana batalla, diciendo «que no sólo era la campaña cómoda á los soldados romanos para pelear, mas que sabiéndose gobernar, lo eran también las selvas y los bosques; porque los escudos desmesurados de los bárbarosy las largas picas no eran de servicio ni se podían manejar entre aquellos troncos de árboles y entre aquella espesura de ramas, con la facilidad que sus dardos y sus espadas (1): á que ayudaban sus armas defensivas, cómodas y apretadas con el cuerpo: que lo que coavenía era menudear los golpes, encaminando las puntas al rostro del enemigo; visto (1) El pilum era un arma peculiar de la infantería romana sumamente temible, puesto que, á la vez que arrojadiza, servía, como la pica, para cargar al enemigo en ocasiones dadas, y aunque era más corta que la lanza, pues tenía á lo más cuatro codos y medio, ó sea siete pies escasos de largo, estaba armada de un hierro más fuerte y más ancho y de unos tres pies de longitud. En cuanto a la espada romana, no tenía más que unas veinte pulgadas de largo, pero era muy pesada, de dos filos, y un hacer pedazos una puerta.
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