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Los anales.—Libro VI.

un precipicio. Atribuíase la causa á su madre, que, repudiada poco antes de su marido, había con balagos y con actos lascivos inducido al mozo á aquello de que no podía salir mejor librado que con la muerte. Ella, acusada por esto en el senado, aunque arrodillándose á los pies de los senadores triste y miserable, se excusase con el lecho común y con ser más flaco en aquellos casos el ánimo mujeril, con otras muchas cosas que le dictaba el dolor, fué con todo eso desterrada de Roma por diez años, hasta que el hijo menor acabase de pasar el ardor de la juventud.

ĺbanle faltando ya á Tiberio el cuerpo y las fuerzas, mas no la disimulación. Mostraba la fuerza y vehemencia acostumbrada en el ánimo y en las palabras, y muchas veces con un fingido regocijo procuraba encubrir el manifiesto desfallecimiento y la flaqueza del sujeto. Con esto, finalmente, después de haber mudado muchos lugares, paró en el cabo de Miseno, en la quinta que fué ya de Lucio Luculo.

Conocióse su cercana muerte de esta manera: Caricles, famoso médico, aunque no curaba al principe, acostumbraba á darle de ordinario advertimiento para su salud.

Este, tomando licencia como para irse á sus negocios, 80 color de besarle la mano le tocó el pulso. Cayó en ello Tiberio, y por ventura enfadado de esto, por disimular el enojo, mandó cubrir la mesa de más viandas que lo acostumbrado como por favorecer y honrar en su partida al médico, á quien tenía por amigo. Con todo esto, Caricles aseguró después á Macrón que le iba faltando el espíritu y que no viviría dos días. De este aviso resultó el comenzar á solicitar de palabra á los presentes, y con correos á diligencia á los legados y á los ejércitos. Á los diez y seis de Marzo, con un desmayo que le sobrevino se creyó que había acabado la vida, y ya comenzaba Cayo César á salir con gran acompañamiento de los que venían á dar el parabién para introducirse en el imperio, cuando de improviso se supo que Tiberio había cobrado la habla y la vista y que