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Cayo Cornelio Tácito.

Pompeyo, y éstos, acabados, ó por no parecer ambicioso ó por su vejez, dejó de dedicarlos. Para el aprecio del daño recibido de cada uno se eligieron los maridos de sus cuatro nietas, Gneo Domicio, Casio Longino, Marco Vinicio y Rubelio Blando, añadido Publio Petronio, de nombramiento de los cónsules. Decretáronse por esto muchos honores al príncipe, según lo que cada particular sabía inventar; mas por su muerte, que sobrevino poco después, no pudo saberse los que aceptaba ó rehusaba. Porque no tardaron mucho en tomar posesión del magistrado los últimos cónsules del tiempo de Tiberio, conviene á saber: Gneo Aceronio y Cay Poncio, habiéndose ya hecho extraordinaria la potencia de Macrón; el cual habiendo procurado conservarse siempre en la gracia de Cayo César, entonces la iba ganando cada día más, hasta que, muerta Claudia, mujer de Cayo, como se ha dicho, le prestaba á su mujer Enia, con artificio de hacerle aficionar de suerte que se casase con ella, prometiéndolo todo el mozo á trueque de mandar. Porque si bien era de naturaleza pronta y resențida, había con todo eso aprendido el arte de disimular del pecho de su abuelo, el cual, conociéndole bien, estaba en duda á cuál de los nietos había de encomendar la república. El hijo de Druso, aunque en sangre y afición más próximo, le parecía demasiado niño. El hijo de Germánico, en la flor de su juventud, amado del vulgo y aborrecido por esto del abuelo. Pensó tal vez en su sobrino Claudio, por ser de edad competente y aficionado á las artes liberales; pero hízole daño el ser algo falto de juicio. Buscar el sucesor fuera de su casa temía no fuese afrenta é injuria á la memoria de Augusto y al nombre de los Césares; no haciendo él tanto caso de la gracia de los presentes cuanto de la ambición de agradar á los venideros. Hallándose después irresoluto de ánimo y enfermo de cuerpo, dejó al hado la resolución que él con discurso no supo tomar: aunque antes de esto se dejó decir algunas palabras, de que se podía colegir que tenía prevenido á lo 294