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Los anales.—Libro VI.

dao de Capadocia, porque era constreñida á pagar los censos y tributos á nuestro uso, se retiró á las cumbres del monte Tauro, y por la calidad del sitio se defendía de los soldados poco valerosos de aquel rey, hasta que Marco Trebelio, legado, con cuatro mil legionarios y una banda escogida de gente de socorro enviada por Vitelio, presidente de Siria, después de haber rodeado con trincheras dos montañas, llamada la menor Cadra y la otra Dabara, sobre las cuales se habían alojado los bárbaros, con las armas á los que se atrevieron á tentar el paso, y á los demás con la sed forzó á rendirse. Mas Tiridates, de consentimiento de los Partos, recobró á Niceforia, Antemusiada y las demás ciudades, que, edificadas por los Macedones, conservan el nombre griego, y Halo y Artemia, villas de Partos; ayudando con alegre emulación los que, después de haber detestado la crueldad de Artabano, criado entre los Escitas, esperaban en la benignidad de Tiridates, hecho á las costumbres romanas.

Mostraron notable lisonja los de Seleucia, ciudad poderosa, rodeada de murallas, la cual no tiene nada de lo bárbaro, antes conserva muchas cosas de su fundador Seleuco.

Tiene como para su senado trescientos varones escogidos de los más ricos y más sabios ciudadanos. Tiene también el pueblo su autoridad, y cuando están unidos entre sí no estiman á los Partos; mas en dividiéndose con discordias, mientras cada cual busca socorros contra el émulo, llamados por una de las partes, prevalecen al fin contra todos.

Esto sucedió poco antes, reinando Artabano, el cual, por su interés, hizo que el pueblo estuviese sujeto á los más aparentes; porque el dominio del pueblo se arrima tanto á la libertad, como el imperio de pocos á la voluntad y apetito de los reyes. Recibieron á Tiridates con mucho aplauso y con los honores acostumbrados á los reyes antiguos; añadiendo también los que con mayor largueza había inventado la nueva edad, y á un mismo tiempo diciendo injurias con-