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Los anales.—Libro VI.

más fuertes de sus acompañantes. Con todo eso, la voz de que era muerto atemorizó de suerte á los Partos, que con facilidad cedieron la victoria al enemigo.

Luego que Artabano supo este suceso, comenzó á prepararse á la venganza con todas las fuerzas del reino, diciendo «que no habían ganado la batalla los Hiberos por otra causa sino por tener mejor conocidos los puestos»; y aunque ya vencido, no hubiera desamparado á la Armenia si Vitelio, juntadas las legiones, no echara voz de que quería acometer la Mesopotamia, atemorizándole con las armas romanas. Entonces, sacando Artabano sus fuerzas dėl reino, comenzaron á encaminarse mal sus cosas, persuadiendo Vitelio á los naturales de él á dejar la obediencia de aquel rey, cruel en la paz y calamitoso con las guerras adversas. En tanto, Sinaces, que ya dije ser enemigo de Artabano, mete en la liga á su padre Abdageses y á otros que hasta entonces no habían osado descubrirse, haciéndolos el ejemplo de tan continuas rotas más prontos á la rebelión. Fueron viniendo poco a poco también todos aquellos que servían á Artabano más por miedo que por amor, levantándoles el ánimo el ver que tenían cabezas y capitanes á quienes seguir. Ya no le quedaban á Artabano más que algunos soldados extranjeros de la guardia de su persona, gente desterrada de su misma patria y sin alguna noticia del bien ni cuidado del mal, los cuales, entretenidos á sueldo, suelen hacerse ministros de toda maldad. Acompañado, pues, de éstos, tomó una diligente huída á provincias apartadas hasta los confines de la Escitia, esperando ayuda por el parentesco de los Hircanos y de los Carmanos, y que aplacados en tanto los Partos con los ausentes y mudables con los presentes, sería posible arrepentirse.

Mas Vitelio, huído Artabano y dispuestos á nuevo rey los ánimos de aquellos populares, después de haber exhortado á Tiridates que se aprovechase de la ocasión, con el nervio de las legiones y auxiliarios puso su campo sobre el