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Los anales.—Libro VI.

que no se duda es haberse visto estos pájaros muchas veces en Egipto.

Continuábanse en Roma las muertes; y Pomponio Labeón, que dije haber obtenido el gobierno de la Mesia, abriéndose las venas, se dejó desangrar. Siguióle poco después su mujer Paxea, porque el miedo del verdugo facilitaba aquella manera de muerte, y también el ver que á los condenados se confiscaban los bienes y se les prohibía la sepultura, concediéndose lo uno y lo otro á los voluntarios en premio de su solicitud. Mas César escribió al senado que era costumbre antigua, siempre que se quería renunciar la amistad de alguno, prohibirle la entrada de su casa, y con esto se ponía fin á la familiaridad; que habiéndole parecido renovar esta costumbre con Labeón, él, apretado y temeroso por la provincia mal gobernada y por los demás delitos, había querido cubrir sus culpas propias con las afrentas ajenas, espantando sin propósito á su mujer, la cual, aunque no estuviera inocente, estaba fuera de peligro. Hecho esto, Mamerco Escauro, de gran nobleza y famoso orador, aunque de costumbres dignas de vituperio, fué de nuevo acusado. A Mamerco no le dañó la amistad de Seyano, sino el aborrecimiento de Macrón, no menos fuerte para la ruina de muchos, por usar las mismas artes, aunque con mayor secreto. Este había mostrado á Tiberio el argumento de una tragedia compuesta por Escauro (1), añadiendo cierto versos que se podían torcer contra el mismo Tiberio. Mas sus acusadores, Servilio y Cornelio, le imputaban de haber hecho sacrificios mágicos. Escauro, como digna sangre de los antiguos Emilios, previno la condenación, exhortado de su mujer Sextia, que habiéndole (1) DION refiere, XVIII, 24, que Escauro había compuesto una tragedia en Atreo, de la cual Tiberio creyó ver su retrato.

«Ya que ha hecho de mí un Atreo, dijo, yo haré de él un Ajax», aludiendo á que éste se había dado la muerte por su propia mano.