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Cayo Cornelio Tácito.

negándole los alimentos, se procuró dar á entender que ella misma se había muerto con no quererlos tomar; porque Tiberio no cesaba de infamarla feamente, acusándola de impudicia y de adulterio con Asinio Galo, queriendo inferir que después de su muerte había ella aborrecido la vida. Mas, á la verdad, Agripina, no contenta con el deber y deseosa de mandar, con los pensamientos de hombre se había desnudado de los vicios de mujer. Añadió César que se debía notar cómo moría en el propio día en que dos años antes había sido castigado Seyano, jactándose de que no la había hecho dar un garrote ni mandado echar su cuerpo en las Gemonias. Diéronsele por estas cosas gracias en el senado, donde se hizo un decreto que cada año, el día de los diez y siete de Octubre, que fué en el en que sucedieron estas dos muertes, se consagrase un don á Júpiter.

No mucho después Cocceyo Nerva, que jamás se apartaba del lado del príncipe, docto en los derechos divinos y humanos, en su entero estado y sana salud determinó de dejarse morir. Sabido esto por Tiberio, se vió al punto con él, preguntóle las causas que á ello le movían, y añadió muchos ruegos y protestos del ruin renombre que cobraría su fama imperial viendo el mundo que el mayor de sus amigos huía de la vida sin alguna causa de desear la muerte.

Mas Nerva, sin reparar en las razones de Tiberio, perseveró en no comer hasta que murió. Decían los que tenían alguna inteligencia de los pensamientos de Nerva, que viendo él de más cerca que otros los males que se aparejaban á la república, arrebatado de la ira y del temor, había querido morir de una honesta muerte mientras todavía estaba en buen estado, y sin que hasta entonces se hubiese procedido contra él. Mas lo que parece increible es que la ruina de Agripina llevase tras sí también á Plancina, aquella que siendo mujer de Gneo Pisón se alegró á la descubierta de la muerte de Germánico, y la que, muerto Pisón, fué defendida no menos por el aborrecimiento que le tenía