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Los anales.—Libro VI.

Y lo que es más, habló muy mal del muerto, reprochándole la deshonestidad de su cuerpo, que era pernicioso á los suyos, y de mal ánimo para con la república. Mandó tras esto que se recitasen sus hechos y dichos, notados día por día, sin que pueda ofrecerse cosa más cruel que baberle tenido á los lados quien por discurso de tantos años nolase su rostro, sus gemidos y sus secretas murmuraciones, sino el poderlo escuchar, leer y publicar su propio abuelo. Pareciera imposible, si no se leyeran las mismas notas del centurión Actio y de Didimo liberto que nombraban los esclavos, según que cada uno de ellos ponía las manos en Druso al salir de su cámara ó le espantaba con amenazas, habiendo el centurión notado como hecho heroico hasta sus mismas palabras llenas de crueldad dichas á Druso, y las que él le respondía cercano ya al fin de su vida. El cual, fingiéndose al principio loco, maldecía á Tiberio, y después, viéndose ya sin esperanza de vivir, en su sano juicio blasfemaba de él con razones bien compuestas, rogando á los dioses que, así como había muerto á su nuera, al hijo de su hermano y á sus propios nietos y llenado su casa de homicidios, asimismo le diesen el castigo conveniente á la fama de sus mayores y grandeza de sus descendientes. Hacían ruido los senadores en la curia como detestando el oir tales cosas; mas suspendiólos el temor y la admiración de ver á un hombre tan astuto y acostumbrado á tener escondidas sus maldades, haber llegade á tanta confianza, que casi derribadas las paredes, mostraba á su nieto debajo del azcte del centurión y entre los golpes de los esclavos, pedir en vano con ruegos lastimosos los últimos alimentos de la vida.

No estaba aún acabado este luto cuando se comenzó á oir hablar de Agripina, la cual, justiciado Seyano, creería yo que había vuelto á alimentar las esperanzas de vivir, y —que viendo todavía en su punto la crueldad, se dejó de este cuidado, resolviéndose en dejar la vida, si ya no es que