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Los anales.—Libro VI.

cio, se iba al lugar más alto de su casa acompañado de sólo un liberto, de quien se flaba. Este, ignorante de toda suerte de letras y de fuerza aventajada, iba por caminos inusitados y despeñaderos (siendo como era la casa situada sobre altísimos peñascos) delante de aquel cuya ciencia quería experimentar; y si á la vuelta lo hallaba con muestras de vanidad ó sospechoso de engaño, le hacía echar en la mar desde aquellos precipicios porque no le descubriese sus secretos. Llevado, pues, Trasulo por las mismas breñas, después de haberle respondido á sus preguntas, pronosticándole el imperio y manifestándole con gran sutileza las cosas por venir, le volvió á preguntar Tiberio «si había jamás calculado su propio nacimiento y el peligro que aquel año y aquel día se le aparejaba». El, considerados los aspectos de las estrellas y medidos los espacios, comenzó primero á estar suspenso, después á mostrar temor, y cuanto más lo miraba, tanto más se iba arrebatando de admiración y miedo. Finalmente, comenzó á gritar «que se hallaba en el punto más dudoso y por ventura el último de su vida».

Tiberio entonces, abrazándole, se alegró con él de que hubiese sido pronóstico de su propio peligro, y asegurándole tuvo después por oráculo todo lo que le había dicho, y á él entre sus amigos más íntimos.

Mas cuando oigo estos y semejantes casos no me atrevo á juzgar con certidumbre si las cosas de los mortales son gobernadas por el hado y necesidad inmutable, ó por accidente y caso fortuito; porque tú hallarás á los más sabios de los antiguos y á los secuaces de sus sectas muy diversos entre sí; y muchos son de opinión que de nuestros fines, y finalmente de nosotros mismos, no tienen ningún cuidado los dioses; y que es esta la causa por qué muchas veces padecen tristezas y trabajos los buenos cuando los ruines están gozando de mil felicidades. Otros en contrario confiesan que interviene y concurre el hado, y niegan que esto sea por medio de los planetas, sino de los principios