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Cayo Cornelio Tácito.

se llevase más de uno por ciento al mes, como quiera que antes la usura era al gusto de los ricos. Después, por una ley del tribuno se redujo á mcdio por ciento. Finalmente se prohibió del todo, y con participación del pueblo se atajaron también los fraudes, que vistos y remediados tantas veces, volvían á renacer con artificios dignos de admiración. Mas Graco, entonces pretor, á quien tocó esta causa, oprimido de la muchedumbre de los interesados, la remitió al senado; el cual, amedrentado también, no hallándose alguno de los senadores sin culpa en este delito, pidieron perdón al príncipe, y concediéndosele, se dió á cada uno año y medio de tiempo en que acomodar las cuentas para lo de adelante, conforme á la ordenanza de la ley.

Nació de aquí gran penuria de dinero contante, procurando cobrar cada cual sus créditos, y también porque vendiéndose los bienes de tantos condenados, todo el dinero caía en manos del fisco ó en el erario. Acudió á esto el senado, ordenando que los deudores pudiesen pagar á sus acreedores dándoles, de lo procedido por las usuras, las dos partes en bienes raíces en Italia. Mas ellos lo querían por entero: ni era justo faltar la fe y la palabra á los convenidos. Comenzó con esto á haber grandes negociaciones y ruegos, y á la postre grandes voces ante el tribunal del pretor. Y las cosas que se habían buscado por remedio, venían á hacer el efecto contrario, á causa de que los usureros tentan reservado todo el dinero para comprar las posesiones. A la abundancia de los vendedores siguió la vileza de los precios, y cuando cada uno estaba más cargado de deudas, tanto vendía con más dificultad. Muchos quedaban pobres del todo, y la falta de la hacienda iba precipitando también la reputación y la fama hasta que César lo reparó, poniendo en diversos bancos dos millones y quinientos mil ducados (cien millones de sextercios) para ir prestando sin usura á pagar dentro de tres años, con tal que el pueblo quedase asegurado del deudor en el doble