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Cayo Cornelio Tácito.

en Ilio, en Eritre y en Africa, como también en Sicilia y por todas las colonias de Italia, los versos de la Sibila, ó una ó más que hayan sido; dando cargo á los sacerdotes de reconocer los verdaderos cuanto con fuerzas humanas fuese posible. Entonces también se sometió el conocimiento de este libro al juicio de los quince varones.

En el mismo consulado estuvo para suceder sedición respecto á la carestía, habiéndose continuado muchos días el pedir en el teatro varias cosas con mayor licencia de lo que se acostumbra contra los emperadores. De que conmovido Tiberio, reprendió á los magistrados y senadores de que no hubiesen refrenado al pueblo con la autoridad pública: añadiendo de cuáles provincias y cuánta cantidad de grano les había hecho traer más que Augusto. Por lo cual se hizo en el senado un decreto conforme al antiguo rigor para tener á raya al pueblo. No se mostraron perezosos los cónsules en publicarlo, ni Tiberio se declaró más en esta materia, dado que no se atribuyó su silencio á modestia, como él pensaba, sino á pura soberbia y arrogancia.

A la fin del año fueron hechos morir por el delito de la conjuración Geminio, Celso y Pompeyo, caballeros romanos; de los cuales Geminio, por la prodigalidad y regalo de vida, era amigo de Seyano, no ya para las cosas graves; Julio Celso, tribuno, tirando á sí la cadena con que estaba aprisionado, pudo dar de golpe con la cabeza en la pared y hacérsela pedazos. Mas á Rubrio Fabato, el cual inculpado de que, como desesperado de las cosas de Roma, se huía á la misericordia de los Partos, fueron dobladas las guardias.

Este, hallado á la verdad en el estrecho de Sicilia y vuelto del camino por un centurión, no sabía dar alguna causa probable á su larga peregrinación: con todo eso, escapó la vida, antes por olvido que por benignidad.

En el consulado de Sergio Galba y Lucio Sila, César, después de haber pensado largamente las personas con quien le estaba bien casar á sus sobrinas, viéndolas ya en edad