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Los anales.—Libro VI.

Vestilio fué, ó por haber hecho ciertos versos contra Cayo César, arguyendo su deshonestidad, ó porque prohijándosele estos escritos, creyese que habían sido hechos por él.

Y como por esta causa se le vedase el ir á comer á la mesa del príncipe, después que con sus manos, débiles por la vejez, tento, aunque en vano, el quitarse la vida, se ató las venas; y habiendo antes pedido con un papel perdón, vista la respuesta del príncipe áspera y cruel, se las abrió del todo. Sigue una tropa de acusados de majestad, es á saber, Anio Polión, Apio Silano, Escauro Mamerco y Sabino Calvisio, añadido Viciniano á su padre Polión, todos nobles, y algunos de los más honrados, con gran espanto de los senadores: porque ¿cuál había entre todos ellos que por sangre ó por amistad no participase con alguno de tantos ilusó tres y excelentes personajes? Mas Celso, tribuno de una cohorte urbana, entonces uno de los acusadores, libró del peligro á Apio y á Calvisio. César, por ver junto con el senado la causa de los otros tres, la difirió, dando algunas tristes señales contra Escauro.

No quedaban las mujeres libres de esta persecución, y porque no podían ser acusadas de haber querido ocupar la república, lo eran de las lágrimas que habían derramado.

Entre otras fué hecha morir Vitia, ya vieja, por haber llorado la muerte de Fusio Gémino, su hijo. Estas fueron acciones del senado. No eran diversas las del príncipe allá donde estaba, pues hizo matar á Vesculario Atico y Julio Marino, dos de sus más viejos amigos y compañeros indivisibles en Rodas y en Capri. A Vesculario como medianero en la traición contra Libón; á Marino como partícipe con Seyano cuando se trazó la ruina de Curcio Atico: cosa que se oyó con gusto universal, viendo caer sobre las cabezas de los consultores los daños que habían procurado para otros. En este mismo tiempo Lucio Pisón, prefecto de la ciudad, murió de su muerte natural, cosa bien rara para un hombre de tanta calidad y nobleza. De éste se puede