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Cayo Cornelio Tácito.

aquel excelente entre todos los sabios (1), que si los corazones de los tiranos pudiesen verse con los ojos, se verían también los golpes y las heridas: porque así como el cuerpo de los azotes, imismo el alma queda acribillada de la crueldad, de la lujuria y de los malos pensamientos: no defendían á Tiberio la fortuna ni la soledad, de suerte que no se hallase obligado á confesar sus propias penas, y los potros y tocas que padecía su espíritu.

Y entonces, habiendo dado al senado facultad de resolver la causa de Ceciliano, senador, que había sacado á plaza muchas cosas contra Cota, prevaleció el voto de que se condenase con la misma pena que se dió á Sanquinio y Aruseyo, acusadores de Lucio Aruncio; que fué la mayor honra que se pudo hacer á Cota (de noble linaje á la verdad, aunque pobrísimo por sus desórdenes y excesos no menos que infame por sus maldades), el igualarle en la dignidad de la venganza con la suma virtud y santas costumbres de Aruncio. Después de esto se propusieron en el senado Quinto Serveo y Minucio Termo. Serveo había sido pretor y uno de los amigos de Germánico; Minucio era de linaje de caballeros y habíase gobernado modestamente con la amistad de Seyano, digno por esto de mayor compasión.

Mas Tiberio, reprendiéndolos como si fueran los principales instrumentos de todo aquel mal, mandó á Cestio, pretor, que refiriese en el senado lo que le había escrito. Tomó Cestio á su cargo la acusación, cosa calamitosa de aquellos tiempos; pues los más aparentes del senado emprendían hasta las más bajas acusaciones, algunos á la descubierta, otros en secreto: no se discernía el extraño del pariente, el amigo del no conocido, ni los casos recién hechos de los obscurecidos ya con la antigüedad. De cualquier cosa que se hablase en la plaza y en los convites al punto se cuajaba una acusación, anticipándose cada cual en acusar al com(1) Sócrates.