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Cayo Cornelio Tácito.

causa estaba en común opinión de saber con certidumbre sus más íntimos secretos. Este, movido de fatal impulso, no habiendo dado hasta entonces alguna muestra de constancia, ó de alguna impertinente diligencia, mientras olvidado de los peligros inminentes teme los inciertos y dudosos, arrimándose á los que estaban perplejos, persuade á los cónsules á no votar la causa, discurriendo: «que las cosas grandes y levantadas podían trastornarse en un momento, y que era bien dar algún intervalo para que el viejo tuviese lugar de arrepentirse.» El pueblo entonces, llevando consigo las estatuas de Agripina y de Nerón, rodea el palacio gritando, con buen agüero de César, y deseándole mil bienes, que las cartas eran falsas, y que contra la voluntad del príncipe se procuraba la ruina de aquella casa. Con esto no se hizo ninguna triste ejecución aquel día. Leíanse públicamente con falso nombre de personas consulares sentencias fingidas contra Seyano, ejercitando muchos escondidamente, y por esto con tanta mayor libertad, las quimeras de sus ingenios. Causaban estas cosas en él más vehemente enojo, y de nuevo le daban materia de acriminarlas, diciendo: «que en el senado no se hacía caso del dolor del príncipe; que se alteraba el pueblo á gusto del senado; que se leían ya y se ofan nuevas oraciones y nuevos decretos de los senadores; que no faltaba sino tomar las armas, y por cabezas y emperadores á aquellos cuyas estatuas habían seguido en lugar de banderas.» Por lo cual César, declarando otra vez los vituperios del nieto y de la nuera y reprendido ásperamente y amenazado el pueblo por un edicto, se dolió con el senado de que por engaño de un senador hubiese sido menospreciada la majestad imperial, y se advocó la causa. Con esto, viendo el senado que le era prohibido el pasar á la final sentencia, empero pasó más adelante, pues no sólo prohibió que se diesen á luz, sino que encomendó su redacción á un senador elegido por él mismo.