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Cayo Cornelio Tácito.

puso que se escribiese al príncipe que manifestase al senado de quién se temía, y les dejase hacer á ellos. No amaba Tiberio, á lo que se creyó siempre, ninguna de sus virtudes tanto como á la disimulación; de que le resultó . tanto mayor disgusto por haber de descubrir lo que deseaba tener secreto. Mas Seyano le mitigó, no por hacer servicio á Galo, sino porque no dilatase más el príncipe en descubrir su pecho, sabiendo que así como era largo en deliberar, así en resolviéndose una vez solía acompañar las malas palabras con cruelísimas obras. En este tiempo murió Julia, nieta de Augusto, la que, habiendo sido convencida de adulterio y desterrada por ello á la isla de Trimeria, no lejos de las riberas de Pulla, después de haber sufrido veinte años de destierro, mantenida entre tanto de la hacienda de Augusta, la cual, habiendo, por vías ocultas, arruinado á sus hijastros cuando estaban en su grandeza, mostraba después compadecerse de ellos en las miserias.

En este mismo año rompieron la paz los Frisones, pueblo de allá del Rhin, más por avaricia de los nuestros, que por deseo que ellos tuviesen de sacudir el yugo. A éstos, por su mucha pobreza, había impuesto Druso un tributo harto moderado; es, á saber, que pagasen cierta cantidad de cueros de bueyes para el uso de los soldados, sin especificar más de su calidad ó medida; hasta que puesto al gobierno de Frisa Olennio, uno de los primipilares, escogió las espaldas de ciertos bueyes salvajes llamados Uros, pidiéndolos de aquella misma grandeza. Esto, difícil aun entre las demás naciones, era más difícilmente sufrido por los Germanos, teniendo los bosques llenos de grandes fieras, mas muy pequeños los ganados domésticos. Daban por esto al principio los mismos bueyes, después sus campos, y á lo último consignaban por esclavos á sus mujeres é hijos. Nació de aquí el enojo y las quejas, y visto que no les eran de provecho, tomaron por remedio la guerra.

Echan mano de los soldados exactores del tributo, y pó-