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Cayo Cornelio Tácito.

Consultan en tanto los que tengo dicho la forma en que podían hacer que oyesen muchos estas pláticas, porque el lugar á donde los dos se hablaban era necesario darle forma de escondido, y el acechar detrás de la puerta era ponerse á peligro de ser oídos ó vistos, ó de causar algún género de sospecha en el insidiado. Tres senadores, pues, usando no menos detestable engaño que sucio escondrijo, se melen entre el zaquizamí y el techo, y apercibiendo el oído, le aplican á los resquicios y hendiduras de las tablas.

Entre tanto, Laciar, haciéndose encontradizo en la plaza con Sabino como para darle cuenta de algo de nuevo, le lleva á su casa y á su aposento, donde comienza á replicar á vuelta de los presentes discursos, también los ya pasados entre ellos, acumulando nuevos temores. Respóndele Sabino á propósito, volviendo á confirmar lo pasado y añadiendo mucho más: porque comenzando una vez un hombre á descubrir su tristeza y á publicar sus quejas, cen dificultad se va á la mano. Solicitada con esto la acusación, no se avergonzaron de escribir á César la orden del engaño y juntamente su propio vituperio. No se vió aquella ciudad jamás tan afligida y amedrentada como entonces, recatándose todos hasta de las personas más suyas: huíanse las conversaciones, las pláticas y los oídos, tanto de conocidos como de extraños; hasta las cosas inanimadas y mudas causaban sospecha: los techos y las paredes se reconocían y se investigaban.

242 Mas César en sus cartas para el senado, dándole primero el buen principio de año por las calendas de Febrero, vino á tratar de Sabino, quejándose de que había tentado los ánimos de algunos de sus libertos en daño de su propia persona y pidiendo claramente su castigo. Vióse sin dilación su causa, y al punto fué arrastrado á la muerte, gritando él á grandes voces, cuanto le era concedido por las vestiduras en que le traían envuelto, y por los cordeles con que le apretaban la garganta: mirad qué buen principio