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Los anales.—Libro IV.

ardiendo todo lo demás, quedó solamente intacta en casa de Junio, senador, la estatua de Tiberio. Que había sucedido lo mismo antiguamente á la estatua de Claudia Quinta (1), escapada dos veces del fuego, y á esta causa consagrada de nuestros mayores en el templo de la Madre de los dioses: que se echaba bien de ver que los Claudios eran santos y amados de los dioses, y que así convenia aumentar las ceremonias en aquel lugar donde ellos habían querido honrar á un príncipe tan grande.

No será fuera de propósito dar cuenta cómo aquel monte fué antiguamente llamado Querquetulano por la abundancia y fecundidad de los robres que en él se criaban. Llamóse después Celio, de Celo Viviena, capitán de los Etrurios, el cual, viniendo en socorro de Tarquino Prisco, ó sea de otro rey, que en esto difieren los escritores, tuvo aquel sitio por alojamiento de su gente, cuya muchedumbre, de que no se duda, ocupaba también el llano y los lugares vecinos al foro; de donde vino el llamarse Tusco aquel barrio, touando el apellido de los forasteros que se alojaron en él.

Mas así como la caridad de los grandes personajes y el donativo del príncipe habían traído algún consuelo á tan infelices accidentes, así la violencia de los acusadores, haciéndose cada día mayor y más molesta, iba creciendo sin remedio. Varo Quintilio, hombre rico y cercano pariente de César, había sido acusado por Domicio Afro, aquel mismo que había hecho condenar á Claudia Pulcra, madre del mismo Quintilio. Mas no era maravilla que éste, ya mucho tiempo pohre y gastadas luego pródigamente las nuevas recompensas, se arrimase después á semejantes maldades: pero lo que se tuvo por mi.agro fué que le acompañase Publio Dolabela en proseguir esta acusación, porque nacido de gente ilustre y pariente de Varo, ofendía á un (1) Es la misma de la cual refiere T. Livio que arrastró con su cinto la nave que llevaba la madre de los dioses, y que acababa de llegar de Pesinunta.