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Cayo Cornelio Tácito.

supo de cierto á quien tocaba el daño, el miedo fué universal.

En acabando de quitar las ruinas corrió cada cual á besar y abrazar sus muertos: y muchas veces por el rostro desfigurado, ó por semejanza de él ó de la edad, nacía confusión y no pequeño contraste al reconocer cada uno los suyos; habiéndose hallado entre muertos y estropeados en aquella ruina cincuenta mil personas (1). Proveyó el senado que ninguno de allí adelante pudiese hacer juego de gladiatores que no tuviese por lo menos diez mil ducados (cuatrocientos mil sextercios) de hacienda, ni se hiciese anfiteatro que no fuese bien firme y seguro; y Atilio fué condenado en destierro. En esta ocasión estuvieron abiertas á todos las casas de la gente principal y rica, con médicos y medicinas, representándose en aquellos días Roma, aunque afligida y triste, como en los tiempos antiguos, cuando después de las sangrientas batallas sustenta ban los heridos con dádivas y buenos tratamientos.

Apenas había acabado de suceder este trabajo, cuando la violencia del fuego afligió extraordinariamente á la ciudad, quemándose el monte Celio. Tenían todos á aquel año por desdichado: y afirmando haber hecho resolución de partirse el príncipe con mal agüero, le culpaban, como acostumbra el vulgo, hasta de los casos fortuitos: mas él to remedió con mandar restaurar los daños á todos: de que se le dieron gracias por los nobles en el senado, y con el pueblo ganó gran fama; porque sin ambición y sin ruegos de sus amigos habla ayudado y socorrido con su propia liberalidad, llamando y haciendo participantes hasta á los no conocidos por él. Añadióse el parecer del senado que de allí adelante el monte Celio se llamase Augusto, porque (1) No tiene este número nada de sorprendente si se toma en cuenta la mucha capacidad de los anfiteatros, y se recuerda que el de Vespasiano, entre otros, podía contener ciento y nueve mil espectadores.