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Los anales.—Libro IV.

no el arte; y así como el estudio y los trabajos de los otros fueron ganando opinión con el tiempo, así la voz sonora y aquel torrente de Haterio acabaron con él.

En el consulado de Marco Licinio y Lucio Calpurnio, un mal improviso, que feneció en su principio, puede igualarse al estrago de cualquier guerra. En Fidenas, un cierto Atilio, de casta de libertos, fabricó un anfiteatro para celebrar el juego de gladiatores sin afirmar bien en lo macizo los fundamentos, ni encadenar las vigas y tablas sobrepuestas, como aquel que se había movido, no por abundancia de dineros que tuviese ó por ganar la gracia á los ciudadanos, sino sólo por el interés de una vil ganancia. La gente que se deleitaba en semejantes cosas, tenidas en ningún entretenimiento en tiempo de Tiberio, acudió de toda edad y sexo, y por la vecindad del puesto (1) en tanto número, de que se aumentó tanto más el daño, que en acabando de henchirse de gente aquella máquina se abrió; y entre los que cogió á plomo debajo y trujo al suelo consigo, precipitó y cubrió una inmensa cantidad de personas, ocupadas en mirar el espectáculo, y muchos de los que estaban alrededor del edificio. Los que tuvieron suerte de morir al principio de aquel trabajo evitaron infinitos tormentos; pero los que se pudieron tener por más miserables eran los que, habiendo perdido una parte de sus cuerpos, les duraba todavía la vida; y de día por la vista, y de noche por el llanto y por los gemidos reconocían sus mujeres ó sus hijos. De los demás que no habiéndose hallado en aquel espectáculo acudían á la fama de la desgracia, unos lloraban al hermano, otros al primo, quién al padre, quién á la madre, y muchos á todos estos parentescos juntos. Y los que por varias causas tenían ausentes á sus amigos y á sus deudos, estaban también con temor; tal, que hasta que se (1) Fidenas estaba situada según el cálculo de d'Anville á unas cinco millas escasas de Roma.