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Los anales.—Libro IV.

escuadras, una para acometer á los que saqueaban la tierra, y otra para embestir el fuerte de los Romanos: no porque esperasen entrarle, sino por necesitar á cada uno á asistir á su propio peligro con el estruendo y con las armas, y hacer de manera que no pudiesen oir el ruido de la otra refriega; esperando á más de esto á la noche para acrecentar el espanto. Los que tentaron los reparos de las legiones fueron fácilmente rechazados; mas los Tracios auxiliarios, espantados del improvisto acontecimiento, hallándose muchos de ellos durmiendo, aunque dentro del fuerte, y muchos fuera al pasto de sus caballos, fueron acometidos y degollados con tanto mayor enojo, cuanto para con ellos estaban en opinión de fugitivos y traidores, y de haber tomado las armas para poner en esclavitud á sí mismos y á su patria.

El día siguiente Sabino les presentó la batalla en un lugar sin ventaja, por si acaso gustaban de aceptarla aquellos bárbaros movidos de la alegría del suceso pasado. Mas viendo que no se movían de su fuerte ni de las montañuelas cercanas, comenzó á sitiarlos con reductos en lugares reconocidos antes; y abriendo un foso con su estacada por espacio de una legua de circuito con intento de quitarles el agua y el pasto, poco á poco les fué ciñendo de más cerca, fabricando también una plataforma desde donde se pudiesen arrojar sobre el enemigo ya cercano piedras, dardos y fuegos. Mas nada afligía tanto á los de dentro como la sed, quedándoles sola una fuente común á la multitud de los soldados y á la demás gente desarmada. También los caballos y ganados, recogidos con ellos al uso bárbaro, morían por falta de forraje. Caían en aquellos suelos los hombres muertos, unos de heridas y otros de sed: corrompfalo todo la putrefacción, el mal olor, y finalmente el contacto. Añadióse al fin, para remate de tantos males, la discordia entre ellos, porque queriendo algunos rendirse y otros morir, comenzaban ya á prepararse para venir entre