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Los anales.—Libro IV.

Ven su casa no se debilitase su autoridad, ni censintiéndole se diese ocasión á nuevas calumnias, tomó á pechos el persuadir á Tiberio que se fuese á vivir lejos de Roma en lugares amenos y deleitosos. Prevenía con esto muchas cosas, principalmente el tener en su mano las audiencias del príncipe, poder disponer á su voluntad de la mayor parte de las cartas que escribía ó recibía el emperador, acostumbrando á traerlas y llevarlas soldados súbditos suyos. A más de que, comenzando ya Tiberio á irse arrimando á la vejez y haciéndose perezoso, descuidado y amigo de lugares escondidos y deleitosos, era de creer que dejaría pasar por alto muchos de los más importantes negocios del imperio y los encomendaría á su cuidado y resolución. Disminuírsele hía á él la envidia y aborrecimiento, quitada la ocasión de las visitas y acompañamienles, y echadas á un cabo estas cosas vanas y de ningún efecto, crecería en verdadera potencia. Con esto iba poco á poco disgustando á Tiberio de los negocios de Roma, del concurso del pueblo, de la muchedumbre de los negociantes, loando la quietud y la soledad, donde fuera de disgustos y pesadumbres pueden tratarse cómodamente las cosas importantes.

Sucedió acaso aquellos días el verse la causa de Vctieno Montano, varón de señalado ingenio, y de ella el acabarse de persuadir Tiberio, supuesto que hasta entonces había estado irresoluto, á que le convenía evitar las juntas del senado y en el concurso las voces de muchos, que con no menor verdad y entereza le era forzoso haber de oir.

Porque citado Votieno por haber dicho palabras injuriosas y feas de César Emilio, hombre militar, que era testigo, mientras con deseo de probar bien la intención del fisco quiso obstinadamente y por menudo relatar todo, sin embargo del ruido que muchos hicieron para estorbarlo, Tiberio hubo de oir de una vez todo el mal que se decía de él en secreto. Con que se alteró de suerte, que comenzó á