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Los anales.—Libro IV.

desdeño de poner los ojos en caballeros romanos, le acordaba que cuando se tratase de casar á Livia, tuviese memoria de un amigo que no sabría estimar otra cosa sino la gloria del parentesco. Ni quería por este camino descargarse del peso que le habían cargado sobre sus espaldas, quedando bastantemente satisfecho sólo con fortificar su casa contra las inicuas persecuciones de Agripina, y esto sólo por respeto de sus hijos, que cuanto á él, bastábale el acabar la vida á la sombra de tan gran príncipe.» A estas cosas Tiberio, loado el amor de Seyano, recopilando brevemente las mercedes que le había hecho, casi como pidiendo tiempo para responder á su demanda, añadió: «que los demás hombres no tienen otra cosa que considerar sino lo que á ellos sólo conviene, donde á los príncipes, en contrario, conviene principalmente poner la mira en el blanco de la fama: que esto le obligaba á dejarle de responder lo que de improviso pudiera: que tocaba á Livia el escoger por sí misma lo que le estaría mejor, ó el volverse á casar después de Druso, ó el sufrir la viudez en la misma casa; sobre que tendrían sin duda su madre y su abuela consejos más propios: que le hablaría con mayor certitumbre en lo tocante á las enemistades de Agripina, en orden á la cual le aseguraba que serían sin duda mucho mayores si el matrimonio de Livia redujese como á parcialidad en la casa de los césares: que echándose sin esto bien de ver la emulación de aquellas mujeres, pues llegaban á destruirse sus nietos con estas discordias; ¿qué sería si mediante el matrimonio se aumentase la ocasión? Mucho te engañas, Seyano, si piensas que te conservarías en el mismo estado, y que Livia, mujer ya de Cayo César (1) y después de Druso, se contentaría de envejecer en compañía de un simple caballero romano. Y cuando yo lo su(1) Hijo de Agripa y de Julia, hija de Augusto, muerto en el año 752 de Roma.