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Cayo Cornelio Tácito.

»ciudadanos, á los dioses y á las diosas, á éstos que »me presten hasta el fin de mi vida un entendimiento »quieto y capaz de la inteligencia de los derechos divinos »y humanos, y á aquéllos que después de mi muerte favo»rezcan con loores y honrada recordación la fama de mis »acciones y la memoria de mi nombre. Continuó después hasta en las conversaciones más secretas en apartar de si semejante veneración y culto, atribuyéndolo algunos á modestia, muchos á desconfianza, y los más á bajeza de ánimo: «porque los mejores, decían ellos, y los más excelentes entre los mortales apetecieron siempre altísimas cosas. De esta manera Hércules y Baco entre los Griegos, y Quirino entre nosotros, se agregaron al número de los dioses. Que lo había entendido mejor Augusto, pues aspiró á ello; que las demás cosas residen de ordinario en los príncipes, faltándoles sólo una á que continuamente deben aspirar, que es la prosperidad de su memoria, porque con el menosprecio de la fama quedan igualmente menospreciadas las virtudes.» 218 Mas Seyano, ciego del favor de la fortuna, y estimulado también de la mujeril ambición de Livia que instaba por el prometido matrimonio, escribió un papel á César: usábase entonces tratar los negocios con el príncipe por escrito, aunque estuviese presente: decía el papel así en sustancia: «Que por la mucha afición que le había tenido su padre Augusto, y después por las grandes señales de amor que había conocido en Tiberio, había hecho costumbre el no representar sus esperanzas y sus votos á los dioses antes que á los oídos del príncipe. Ni había jamás rogado por honras ni esplendores, queriendo más velar y trabajar como soldado ordinario por la salud del emperador. Todavía, lo que después de ganado tenía por prenda inestimable, era el ser tenido por digno de emparentar con César: de aquí tomaba origen el principio de sus esperanzas. Y porque entendía que Augusto en la colocación de su hija no se