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Los anales.—Libro IV.

iéndole bien responder á los que le culpaban de que se había comerzado á inclinar á la ambición, babló de esta manera: «Asegúrome, padres conscriptos, que de muchos »seré tenido por fácil y mudable, no habiendo, poco ha, contradicho á las ciudades de Asia que me pedían esto »mismo. Justificaré, pues, la causa del pasado silencio, y »juntamente declararé lo que tengo determinado de hacer en lo porvenir. Porque el divo Augusto no prohibió que en Pérgamo se edificase un templo á él y á la ciudad de »Roma, yo que guardo y tengo por ley todos sus dichos y hechos, segui tanto más prontamente su agradable ejem»plo, cuanto con la honra que se me hacía se aumentaba más la veneración del senado. En lo demás, así como pa»rece excusable el haber aceptado una sola vez este honor, asimismo el consentir que debajo de especie de deidad se »»consagre mi nombre por todas las provincias, sería cosa »ambiciosa y soberbia: fuera de que perdería mucho de »sus quilates el honor de Augusto profanándole con la co»mún adulación.

»Yo, padres conscriptos, sé que soy mortal, y que »ni hago ni puedo hacer mayores obras que los otros hombres, contentándome, como desde ahora me contento, »con poder satisfacer el lugar de principe que ocupo.

»Certificoos de verdad, y sírvame esto también para los »siglos venideros, que no me quedará más que desear, si »desde ahora sé que los que desean eternizar mi memoria me tiene por digno de mis mayores, por próvido en »vuestras cosas, por constante en los peligros, y que no »temo incurrir en la malquerencia de los hombres donde »se atraviesa el servicio y el bien de la república. Estas »cosas me servirán de templo dentro de vuestros ánimos y »de durables y hermosísimas estatuas. Porque las que »se levantan de piedra, si el juicio de los venideros las »convierten en aborrecimiento, como los sepulcros se »menosprecian. Ruego, pues, á los confederados y á los